Aquí estoy, sentado en el salón de mi casa, viendo por televisión las noticias de la tarde. ¡Qué raro se me hace que relaten, como gran noticia del día, lo que esta mañana ha ocurrido en mi presencia!
Hoy, día dos de febrero, se ha celebrado el Día de la Marmota en mi pueblo, Punxsutawney. Siguiendo una tradición centenaria, todos los años en esta fecha nos reunimos los vecinos en la plaza principal. A las siete y veinte de la mañana, los miembros del Club de la Marmota, vestidos con largos abrigos negros y cubiertos con sombreros de copa, llegan solemnemente a la plaza y suben a la tarima de madera que sirve como escenario. Traen consigo a Phil, la marmota, a la que introducen en el interior de un tronco seco. Tras los discursos de rigor, que nos recuerdan la importancia de la tradición y el debido respeto que merece, el miembro más antiguo del Club saca la marmota del tronco seco, y la levanta en volandas.
Afirma la tradición que si la marmota puede ver su propia sombra, quedan seis semanas más de invierno; y si no la puede ver, el invierno ha terminado.
Algunos vecinos –especialmente los más jóvenes, poco amigos de respetar las tradiciones en esos tiempos que corren- menosprecian a quienes confiamos en ellas, a quienes sabemos que, en el fondo de toda tradición, reside una gran certeza.
Desde que rodaron aquella película sobre nuestra tradición –bastante irrespetuosa, por cierto-, acuden cientos de forasteros y periodistas a presenciar la predicción de la marmota, y ya no es tan fácil como antes conseguir un buen lugar en la plaza, próximo al escenario.
Cuando llegué esta mañana a la plaza, con una hora de antelación, había ya congregada una multitud. El acto comenzó con una rigurosa puntualidad. Comprobé, con gran satisfacción, que se respetaban, punto por punto, los pasos de la ceremonia que vienen marcados por la tradición. Los gestos exactos, las palabras oportunas, todo se desarrollaba en la forma exigida.
Pero justo en el momento álgido, en el preciso instante en el que la marmota iba a ser izada, noté una mano sobre mi hombro derecho que reclamaba mi atención. Me giré y allí estaba Remigius, tan inoportuno como siempre.
-¿Qué tal? ¡Cómo tú por aquí! –me dijo, con sorna como disimulada-. ¡Rápido!, qué me dices... ¿termina hoy el invierno, o no?
- Qué sé yo, no parece que..
- ¡Mira, mira! –me interrumpió-, ¡te lo estás perdiendo! ¡Phil está buscando su sombra!
Según me decía estas palabras, sus ojos perdieron todo brillo, cualquier rastro de inteligencia, y su cara adoptó una expresión muy extraña, como de profundo estupor…
- Remigius, ¿te encuentras bien?... ¿Remigius?
Repentinamente, se había hecho un silencio sobrecogedor en la plaza, roto tan solo por algunas pocas voces que, como yo, llamaban alarmadas a sus acompañantes más cercanos. Miré a mi alrededor, y observé que la gran mayoría de los presentes se encontraba en el mismo estado catatónico que el pobre Remigius, mientras, aquí y allá, algunas personas gritaban y se llevaban las manos a la cabeza.
Se alzó entonces una voz grave procedente del escenario. ¡Era la marmota quien hablaba!, todavía sostenida por un elegante y catatónico miembro del Club de la Marmota:
- Estimados conciudadanos de Punxsutawney… tal como dicta nuestra centenaria tradición, si al ser alzada observo, dentro del perímetro de mi sombra, una ramita de pino, parte de la hoja seca de un castaño, y una piedra de menos de dos centímetros de longitud, como acaba de ocurrir aquí y ahora, recibiré un alma humana; y todos los humanos que en ese instante me estuvieren mirando, recibirán un alma de marmota. Cúmplase la tradición.
Y ahora, si me permiten...
La marmota descendió entonces del escenario y comenzó a cruzar la plaza, entre cientos de cuerpos absortos y unas pocas personas estupefactas.
Al tiempo, los cuerpos humanos amarmotados comenzaron a actuar según les sugería su alma recién adquirida. Pronto estuvieron casi todos postrados en el suelo, husmeando el suelo, cavando madrigueras con las manos desnudas, u olisqueándose entre ellos. Remigius mordía con fruición los cordones de mis zapatos, sin ningún síntoma de reconocerme.
Ajena a todo ello, la marmota Phil siguió su camino hasta el final de la plaza y continuó por la avenida, erguida sobre sus patas traseras. Caminaba tambaleándose, haciendo un esfuerzo evidente por conservar el equilibro, preocupada –en un rasgo de vergüenza humana, o así me lo pareció-, por no parecer demasiado torpe. Lentamente se fue alejando, y ya no la vi más.
Llevan toda la tarde hablando en la televisión sobre este acontecimiento, a veces a gritos, muy sorprendidos. Yo, la verdad, no sé de qué se extrañan tanto; a fin de cuentas, si la tradición ordena que se intercambien las almas en el caso expuesto por la marmota –y ella lo sabe mejor que nadie-, es natural que así haya ocurrido. Me preocupa más lo que pueda ocurrir con nuestra ceremonia centenaria, pues temo que no se vuelva a celebrar, o que no tenga la asistencia acostumbrada en lo sucesivo. Me preocupa también lo solitario que estará mañana el pueblo, y me preocupa que todos mis conocidos –también el pesado de Remigius- vayan a pasar esta noche a la intemperie, con el frío que hace. Al final no me ha quedado claro si el invierno ha terminado, o si va a durar seis semanas más...
Pues muy pero muy bien, Víctor. Felicitaciones.
ResponderEliminarA mi me parece que al fin el cuento tiene un paralelo con el "prefiero disfrutar a medir" de la canción de Serrat. O sea, pasarla bien con la estación que fuere sin preocuparse de cuándo termina: con el preocuparse y observar viene el "castigo" del que tu personaje se salva por casualidad. Cierta persona que conozco me planteaba una vez cómo era que yo podía simpatizar con esa frase de la canción siendo físico. Tal vez, una cosa sea la profesión y otra "uno mismo"... pero no estoy seguro.
Nuevamente, felicitaciones.
Un abrazo.
Me ha encantado, no sé como se te puede ocurrir algo así. Me gusta esta nueva andadura!!!!!!
ResponderEliminarBesos
Me ha gustado mucho!! Felicidades!! Un abrazo fuerte!
ResponderEliminar¡Pues claro que me gustó! es bueno conocerte en esta nueva faceta tuya de escritor, me encantó aunque una duda me brincó durante la lectura. Quisiera saber como le hizo el que narra la historia para no quedar amarmotizado también junto con toda la concurrencia. ¿Será que la clave era no estar viendo directamente al más puro estilo de la Medusa? es válido claro, sólo quisiera saber.
ResponderEliminarAmigo, un abrazote para ti. Desde este momento me declaro fan de tu Libro Blanco :D
Roberto, gracias por tu comentario. Sí, suena raro que un físico prefiera disfrutar a medir, en principio la lógica apunta a lo contrario, jeje..
ResponderEliminarInteresante tu interpretación del texto. Mi idea al escribirlo no era esa, pero supongo que una vez escrito un texto, se independiza de su autor y mantiene su propia relación con cada lector.
Yo estaba pensando más bien en este tipo de gente (de la que el protagonista del relato sería un ejemplo), que sigue a pies juntillas una creencia cualquiera (ya sea una tradición, una religión, una idea política... lo que sea), sin pararse a pensar en lo absurda que pueda llegar a ser. Éste del relato se cree tan firmemente la tontería de la ardilla, que llega a ver "natural" algo tan absurdo como que su amigo Remigius le muerda los cordones..
Un abrazo
Gracias Clara.. jaja, no sé, se me ocurrió el otro día mientras veía en la tele la noticia del día de la marmota.
ResponderEliminarGracias a ti también Pablo, me alegra que te haya gustado.
Gracias Myriamcita por su fan-atismo, jaja.. Uy, "escritor" es mucho decir, "juntaletras" más bien.. Y a tu duda: es así como dices. El protagonista sufre en sus carnes que el pesado de turno le interrumpa en el momento más inoportuno (¿nunca te pasa a ti eso?), pero en este caso, esa interrupción le salva de amormatamiento. Paradojas de la vida.. ¡o de los cuentos!
Hola... Víctor de Cervantes Saavedra :-)
ResponderEliminarVíctor, ¡me ha gustado mucho tu relato! . Pero...¿van a pasarse toda su vida siendo marmotas?
ResponderEliminarSi es que a veces el ser o "hacerse" el distraído te salva de cada marrón...
Halaaaaaaaa Leve, te has pasaoooooooooo!
ResponderEliminarLo tomaré como que te ha gustado el relato.. :-)
Besos
Hola Marina! Me alegro de que te haya gustado, graciasssss.
ResponderEliminarjaja, pues no sé si se van a pasar la vida como marmotas.. podría rehumanizarlos en otro relato, o dejarlos estar, ¡o convertirlos en hormigas!... estoy empezando a descubrir el placer de que su destino esté en mis manos, buaaaajajajaja (esta última risa, oígase siniestra y cavernosa)
:-) Besos